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Dorita: medio siglo en el corazón del Hospital Federico Lleras Acosta

Era un miércoles de agosto de 1974 cuando Dorita, una joven de apenas dieciocho años y con un hijo recién nacido en brazos de su madre, bajaba por la carrera cuarta de Ibagué. Venía de la Catedral, donde había rogado con fervor a Dios que le concediera un trabajo. Al levantar la mirada, vio por primera vez aquel edificio blanco y preguntó qué era. “El Hospital Federico Lleras Acosta”, le respondieron. Ese día, con el valor que solo da la necesidad, decidió ingresar.
Pidió hablar con el director y, contra todo pronóstico, la dejaron pasar. Al otro lado del escritorio la esperaba el doctor Alberto Rocha Alvira, primer gerente de la institución, acompañado de su secretaria, Olga Lozano Alarcón, una mujer de trato cálido y corazón generoso. Dorita, nerviosa, le contó su situación: madre soltera, sin empleo, con un bebé al que debía alimentar. El doctor la escuchó en silencio y ordenó buscar la manera de vincularla. Así, por reconocimiento, ingresó como auxiliar de servicios generales.
Comenzaba una vida laboral que se prolongaría por medio siglo. En 1982, gracias a sus estudios en el SENA — contabilidad, legislación laboral, tributaria, Word y Excel — ascendió a secretaria en el servicio de UCI neonatal y ginecobstetricia, bajo la guía del doctor Jaime Rengifo, ginecobstetra. Más tarde pasó a Recursos Humanos, donde aprendió “el sigilo, la discreción y la precisión en el manejo de documentos oficiales”. Refirió Dorita.
Dorita se hizo parte del alma del hospital. En sus recuerdos se mezclan escenas de dolor y de grandeza. La avalancha de Armero en 1985 convirtió los pasillos en salas de hospitalización improvisadas para cientos de heridos; la caída de la tribuna del estadio Manuel Murillo Toro en noviembre de 1981, dejó una marea de agonizantes buscando auxilio; la explosión de un cilindro de gas dentro del hospital, arrancó lágrimas y vidas entre compañeros. “El Federico fue nuestro segundo hogar —dice—, aquí vivimos tristezas, pero también la alegría de ver sonreír al paciente que recupera la salud”. Recuerda Dorita.
El Hospital atravesó crisis profundas, como la intervención de 2014 que llenó de incertidumbre a cientos de empleados. Dorita sobrevivió gracias a su inscripción en carrera administrativa y a su disciplina intachable: puntualidad, responsabilidad y respeto. Incluso en los años recientes, tras un accidente que le dejó secuelas, siguió activa, primero en áreas administrativas y luego en el Servicio al Usuario, donde atendía con paciencia, escuchaba reclamos y buscaba soluciones en medio de quejas y necesidades.
Para ella, El Hospital no fue solo un lugar de trabajo, sino la razón de su vida. Allí encontró estabilidad, amistad, formación y, con el tiempo, hasta una casa propia adquirida gracias al Fondo Nacional del Ahorro. Formó a sus dos hijos y más tarde acompañó el camino de sus nietos, siempre con el respaldo de su madre y su hermana.
En 2018 recibió un reconocimiento oficial por 48 años de servicio, celebrado con una misa en la Catedral de Ibagué, justo donde se había dirigido con el mayor fervor a orar por encontrar trabajo en 1974. En noviembre de 2023, el Hospital Federico Lleras conmemoró sus 50 años como institución, y Dorita fue parte viva de ese medio siglo.
Hoy, al borde del retiro, sus palabras son de gratitud y esperanza: “En el hospital de todos. aprendí a trabajar con amor, con respeto y honradez. Si algo quiero dejar a las nuevas generaciones es que sirvan con responsabilidad, que no pierdan la humanidad. A mí me recuerden solo como Dorita, la compañera sencilla, amable y colaboradora. Nada más”. Relata Dora.
Al llegar el momento del retiro, Dorita quiso dejar a sus compañeros unas palabras escritas que hoy son parte de la memoria viva del hospital:
“Queridos compañeros, al dejar este espacio de trabajo quiero dejarles algo más que recuerdos. Les dejo el compromiso, la pasión, la colaboración y la innovación que hemos compartido… Sigan cultivando con sinergia e impulsando el cambio positivo. Su dedicación y talento seguirán inspirando mucho después de mi partida. Solo tengo agradecimientos y gratitud por el tiempo compartido y el trabajo en equipo.” Puntualizó Dorita.
Con esta palabras, sencillas y profundas, Dorita resumió el espíritu de servicio en el Hospital Federico Lleras Acosta.
Medio siglo después, aquella joven que un miércoles cualquiera se atrevió a tocar la puerta del Hospital se despide con la certeza de haber cumplido una misión: servir a los demás con entrega absoluta. El Federico Lleras Acosta no solo fue su lugar de trabajo; fue su casa, su escuela y su familia.

